(Un cuento versado, conversado y reservado).
Algún liróforo protervó con áspero suspiro
esa canéfora de loba nubil que me acechó
mientras yo iba marchando para cambiar el mundo.
Ella más que los cuatro puntos cardinales prefirióme
Ella más que toda y sideral multiplicando
Ella tan más que toda y tan radiante
y yo menos que nada en ese instante. ¿Cachan?
Sobre la luna pileta lunera,
pasó impávida y dinamitera con sus tetas bien puestas
y me traspasó con su maroma libertina de palabras hueras
me traspasó la oscura gondolinda de su risa
que se columpiaba en sus niñas párvulas
Y en su corsé de rosa té
como si fuera un vendaval rasgándome la vela panda
me traspasó.
Se me salieron zorzaleros los espasmos
de mis balcones sus nidos a colgar tan turulatos
que las mismas nimias con sus alas rimbombantes me zarandearon
me asibilaron la entrepierna me quebrantaron
como miasmas, me atolondraron, me azarosaron
con sus efluvios abdominales,
me trastornaron todos los espermas
por la cresta!
No me importó que fuera rubia y concubina
mas la quise atorándose olímpica conmigo briosa y plúmbea
condensada a esta altura de la miel y de mi lúcida lozana
para que me consagrara con su delirante gota vaginal primera.
Los proletarios, compañeros
me cantaban tristes y hechiceros
su garifalte en ululante solfatara me cantaban
al hechizo de su acento solidario y libertario
como si fueran la Masa,
como si fueran los hombres que se llaman Hombres,
me cantaban clarito
libéranos, libéranos.
Y yo me la creía casi todo el día
pues aquello en política y amores
en ese tiempo era posible;
sin sospechar siquiera la confabulación tremerosa
antigravitacional y contrarevolucionaria
que provocaban esas flores de los coitos amorosos
que soñaba yo aleteando en esa mariposa tan carnal
que me elevaba hasta las nubes.
Las golosinas ni las orquídeas son de mí, señora mía. Le dije.
Lo sé. Ni chantilly ni tulipanes. Pero a donde vayas, iré. Me dijo.
Pero no te volís. Que voulez vous cual Cortázar en París.
¿y el Che? ¿qué va a ser del Che? Osvaldo.
No sé Ingrid , no sé. Tal vez. Quizá. Quien sabe.
Aunque no pasara nada ella quería que me casara ¿Cachan?
Me decían los consocios lubérrimos enrojecidos
pasmóticos y acólitos morrocotudos
Tus barbas ya son babas por tu palomera.
Te hiciste mudo, negro Y nudo.
Apotranca a la furiosa que te atrapa
yeguiza a la carnosa que te asa
y galopa, overito, galopa sin rancho ni corral
no más porque siempre abunda el pastizal.
Me hice el fuerte hijuna ¡qué carámbano tunante!
¿Acaso porque la imputada me mostraba
su colmillo gentilburgués matrimonial
ocultaría bajo una calentura circunstancial
mi lealtad a la Revolución Popular?
¡Jamás! Grité qué carajo.
¡VIVA LA MASA PRIMERO Y TÚ DESPUÉS! Le dije.
Pero no me la creí. Y ella tampoco
pues sabía que tiraba más que la yunta de mil bueyes.
No pude desprenderme de su esperpante risa, compañeros
ni de sus cosquillas monflayantes
ni de la infinitud del embeleco pude.
Y por la confitería generosa de sus articulaciones
me hice adicto a sus dulzores, al ámbar de todos sus primores
que fueron las inaugurales saetas
al carcaj de mi primer querubín condón,
último desastre y naufragio total de mis tenues
convicciones revolucionarias.
Para flaca. Para.
Eran esas siempre todas mis vocabularias
circunspectas titubeantes, tiritonas, palideosas
Me decía: no te sacies, no te guardes, ni me perjudiques,
Y mientras estiraba el ojo del pezón mamario
Yo acoté tomando un aire un tanto estrafalario
De acuerdo; te lo ruego
pero por amparo para un poco,
que me empacho con el fruto de tu vientre
y necesito un respiroso ventilamiento
un sosiego, un estate quieta mierda
que requiero con urgencia
una gloriosa comunión con mis viejas convicciones.
No vis que también tengo delicadeza
y de Cortázar toda la certeza
pero del Che no sé.
En agosto el frío era tan frío
que yo ya era el comisario interfecto,
un cadáver fuera de cabales
haciendo añicos los dictados de mi comité.
Y las prístinas circunvoluciones de mi conciencia proletaria
quedaron cimbreando en el garete putamente
Fue como el noveno día del setentaitres fue.
Creo que por esos días me casé.
¿Quién podría un día más negarse a la adultez?
Y fui un fulero maricón y pordiosero.
Pisé el Civil con la birome y sin fusil
Justo cuando acaeció la dictadura tentaculando las fracciones
con el sopapo, las masacres y las succiones
me fui de luna de miel empalagado en mi jarabe
sin advertir esas arañas negras neonacionales
que pegaban con escupos en mi puerta.
Corrí por salvar su amor, más que por ella.
En la embajada de París guardé el contorno del rulé
divino y primoroso como un cielo por el que pedí el asilo
Y a sus muslos en el segundo piso siete llaves puse
Arreciaba la verbosidad sangrilocuente de la dictadura
pero sólo en su kaleidoscopio lubricoso y mero
fue en todo lo que pensé por falta de abstinencia
De las calles de mi capital a la panderete caían cartas
para rearticular los cuadros permanentes
en el boqueo agonizante de lo que fue la fuerza viva
pero yo pensaba más en la polla de mi beneficencia.
Hasta que apareció el cónsul francés
Que voulez vous, glú glú
avec les astuces du diable
mirando por el ojo tuerto de mi cerradura endeble
galán de montar fino y educado paladar de nigromante
perito en la Rayuela de Cortázar lenguaraz y belcebú
que me comía la perdiz con todas sus plumitas.
De mi capitel saliente y cornisísima cornamenta
ya estaba ungulando mugiendo mis vacunos pensamientos.
Así fue como ella partió a la torre de París
A francesar su piel, su descendencia
y yo anclé en Potosí
porque de Cortázar ella siempre tuvo toda la certeza
y yo del Che
aún no sé.
Dedicado a Osvaldo Dufeau y Manolo Castro. Esta historia es cierta. Y mi recuerdo afectuoso para Osvaldo con quien compartí una breve e intensa amistad universitaria hasta el 73, fecha en que no volví a saber de él hasta que lo divisé 6 años después en una feria de artesanía y nos miramos a lo lejos sin cruzar palabras. Los tiempos esos no daban para más. Estábamos vivos.
Y también para Manuel Castro, mi recuerdo, quien retornó en los 90 para decirme que alguna vez en los ochenta me vio caminando con mi hija pero que no se acercó a saludarme pues a él lo acababan de soltar de la Cárcel y lo estaban usando como señuelo. Hasta donde sé, vive hoy en Suecia con sus hijos suecos y si alguna vez fue mi ángel de la guarda, sueño que otros ángeles cuidarán a sus hijos.
(Hay historia de amores revolucionarios que terminan en leyenda y otras, como ésta).
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